La comunicación en la era digital debe encontrar su centro en el terreno de la ética civil, aquella que hace posible la convivencia y que mantiene al mínimo la posibilidad de conflicto.
No sólo preocupan las noticias falsas que son emitidas con intención y propósito específico, y que han aumentado en los últimos años gracias a la velocidad con la que se propaga la información a través del uso de redes sociales, preocupa también la polarización ideológica que deriva en encontronazos discursivos y afrentas que a todas luces asemejan incitaciones a la violencia.
El problema no son las redes sociales, ni las noticias ahí publicadas sino la falta de análisis y verificación de la información. El problema es la falta de ética en la emisión de un mensaje bajo el argumento que confiere el derecho a la libertad de expresión.
A la audiencia de la era de la post-verdad y de la inmediatez le resulta más atractivo leer algo que no está verificado pero que es mayormente difundido, aquello que estruendosamente aparece en un “time line” y gana adeptos y ecos vertiginosamente. Las fake news obedecen a fines comerciales o políticos muy específicos, por lo que distorsionan la realidad aprovechando la delgada línea entre el heroísmo y el incitador.
Alrededor del mundo, ha aumentado sorprendentemente la influencia que tienen medios como Facebook y Twitter en procesos electorales (como en Estados Unidos de 2016 y como el de México, en el que con gran preocupación vemos cómo las redes se han convertido en plataformas políticas de coyuntura, inmediata y en ocasiones poco fundamentada) a pesar de que, a nivel global, los esfuerzos para contrarrestar los efectos de las noticias falsas no presentan un consenso. Es difícil hoy en día, regular aquello que se publica, difunde y propaga a través de la redes sociales, sin que esta regulación sea calificada como represión o violentación de los derechos humanos.
El contexto social, económico y político de hoy requiere abordar el fenómeno de la información en tiempos de crisis o violencia. Quienes abordan medios de información en cualquier plataforma, deben estar conscientes de que la responsabilidad de emitir un mensaje requiere conocimiento mínimo de la realidad social, que se debe favorecer la búsqueda de soluciones pacíficas y propositivas, que en todo momento debemos procurar no caer en la tentación que ofrece la violencia (y más cuando ésta se esconde atrás de un perfil falso), ni en el anonimato que proveen las redes sociales.
Aunque en este momento se ve poco probable que el problema de la desinformación desaparezca, es evidente que se requiere emitir normatividad para elevar la calidad de información que circula, no solo por el encono y los discursos de odio alentados desde la emisión de fake news; sino porque la difusión masiva de este tipo de noticias altera el libre ejercicio en la toma de decisiones de los ciudadanos y promueve una cultura de la desinformación que sólo merma y polariza el tejido social.
La lectura objetiva y analítica puede llevar a evitar en el futuro las noticias falsas en redes sociales, pero también puede ayudar a la eliminación de mensajes de odio, burla, difamación, discriminación, amenazas e incitación a la violencia en todas sus formas y dimensiones (y colores).
En México, a lo largo de los últimos 6 años, son más de cien mil averiguaciones previas por homicidio las que se han registrado y en los últimos 7 meses han sido asesinados 82 políticos. Los tiempos no están para bromas, memes, directas o indirectas.
El sobre ejercicio de una libertad mal entendida conlleva momentos de crisis y conflicto social por falta de ética civil.
El hoy, requiere medios responsables, capaces de esparcir la estimación por la paz, la confianza en las instituciones, y la confianza en que la violencia no soluciona nada, por lo tanto, la violencia no puede ganar.