Los ciudadanos del mundo en el siglo XXI, hemos logrado que nuestra voz sea escuchada en diferentes espacios de participación social.
Y es en esos espacios en los que se requiere de propuesta y acción, acción social que permita el desarrollo acciones concretas que ayuden a eliminar la polarización, el desencuentro y el desánimo.
En virtud de que los movimientos sociales han logrado recientemente un mayor impacto en el desarrollo de una conciencia acerca de la necesidad de proteger a los grupos vulnerables, necesitamos de formar ciudadanos y empresas socialmente responsables.
Empresas éticas, con sentido humano y sensibles a las necesidades de su entorno. Ciudadanos (de todas las edades y condiciones sociales) que se preocupen por la trascendencia, por la generación de valor y por el respeto a todas las voces y expresiones.
El pilar que debe soportar la participación social del siglo XXI debe ser la formación en valores. El regreso a los básicos.
La re-valoración de la ética ciudadana permitirá que todas las manifestaciones de la sociedad civil en el espacio público tengan ante todo una voz de respeto absoluto hacia la diversidad y por ende, la inclusión más que una tendencia será una forma de vida.
Ética y responsabilidad como parte indispensable de la generación de una nueva conciencia empresarial que permita mejorar profundamente las condiciones de la población, y el desarrollo con equidad que tanto se anhela en el mundo.
Cuando la sociedad civil actúa responsablemente, impacta positivamente en la generación de cambios reales, promueve y desarrolla la participación pro-activa y perdurable.
De lo contrario, encuentra desprestigio y ambigüedad.
La formación en valores permite el desarrollo de un auténtico ciudadano, que es socialmente responsable (y corresponsable), comprometido con el desarrollo de su comunidad. Genera propuestas, busca y promueve el cambio. Prioriza la acción frente a la reacción.
Comprende que el cambio empieza por él mismo, y que en la suma de las individualidades nace el valor de la colectividad que promueve la transformación cotidiana siempre desde la participación responsable, justa y honesta. Esta acción se traslada a todos los ámbitos de la persona, incluyendo por supuesto el entorno laboral.
Regresemos de nuevo a la educación en valores, promovamos en todo momento el aprecio por las virtudes que se alcanzan sólo, con la práctica constante de los valores.